Cuenta la historia que hubo un pueblo que tuvo en jaque durante veinte años a diversos ejércitos romanos, que aguantó un terrible asedio, sin provisiones ni recursos para vivir, durante casi un año, y que sus habitantes amaban tanto la libertad que prefirieron morir antes que perderla.
Dicen que cuando los romanos entraron a la ciudad no encontraron ni a nadie vivo ni nada aprovechable, que todo había sido destruido por el fuego que habían prendido los que allí se suicidaron.
Narran que la ciudad resistió hasta el último suspiro del último de sus habitantes, que después fue reducida a cenizas, para que su memoria fuese borrada en las siguientes generaciones, y que se prohibió reconstruirla.
No lo consiguió. El final fue el principio de un mito que ha tomado raíces en nuestra historia y que ha ido creciendo.
Nadie sobrevivió, sólo unos pocos moribundos que fueron vendidos como esclavos. Las generaciones posteriores somos hijos de Roma, pero heredamos el carácter de aquella gente que “tenía el ánimo preparado para la muerte y el cuerpo para la fatiga, y luchaban contra ellos mismos cuando no existía contrincante exterior“, “que eran felices en la batallas y se lamentaban en las enfermedades”, que amaban la libertad más que la vida.
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LUNES, DICIEMBRE 05, 2005
Escribir
Bajo mi almohada, el último libro de Sampedro, vela mis sueños. Como si fuese un eco, se repite insistentemente: ¿por qué escribes?. La misma pregunta que busca respuesta cada cierto tiempo, y que se abandona poco después sin responder. Decía Fernando G. Delgado, en la Mirada del otro, que “Un diario es un simple instrumento de la memoria, aunque no todo lo que se recuerda se haya vivido realmente o, por lo menos, no del mismo modo.”
Empecé a escribir como aquel que escribe una carta a una amiga, y sin embargo, aquella carta nunca llegó al buzón. Fue el inicio de mi “diario de ideas”. No era un diario al uso, porque para mi lo importante no era lo que pasaba en la vida, sino como lo veía desde mi retina, desde mi piel. Son ideas que un día cruzaron por mi cabeza, y encendieron la luz en alguna parte. Son pinceladas con palabras de momentos que pudieron ser reales o imaginados, pero al fin y al cabo vividos.
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